6.07.2006

Sin costo alguno, para todos ustedes...
Fragmentos de una antología.

A la sombra de esa estatua, avanzaron el uno hacia el otro, sin una palabra, sin una sonrisa. Incluso sus manos permanecieron quietas. Cuando se encontraron, Jean oprimió a Elena contra la estatua. No se besaron ni se tocaron con las manos; sólo entraron en contacto sus torsos, repitiendo en cálida carne humana la soldadura de los cuerpos de la estatua sobre ellos. Jean apretó sus genitales contra los de la joven, con un ritmo lento e hipnótico, como si de esta manera quisiera penetrar su cuerpo.
Se deslizó hacia abajo, como si fuera a arrodillarse a los pies de Elena, pero se puso de nuevo en pie, arrastrando consigo el vestido de ella con su propia presión, hasta que terminó convertido en un abultado montón de tela bajo los brazos de la muchacha. Y de nuevo se apretó contra ella, moviéndose de vez en cuando de izquierda a derecha o viceversa, en ocasiones en círculos y en otras presionando con contenida violencia. Elena sintió el bulto de su deseo que frotaba, como si Jean estuviera encendiendo un fuego por fricción de dos piedras, provocando chispas cada vez que se movía, hasta que ella se deslizó hacia abajo en un sueño de sangre ardiendo. Cayó hecha un ovillo, cogida entre las piernas de Jean, que ahora pretendía fijarla en esa postura, eternizarla, clavar su cuerpo con el vigoroso empuje de su abultada virilidad. Se movieron otra vez, ella para ofrecer los más profundos recovecos de su feminidad, y él para afirmar su unión. Elena se contrajo para sentir más intensamente su presencia, moviéndose con un gemido de goce insoportable, como si hubiera alcanzado el punto más vulnerable del cuerpo de él.
Jean cerró los ojos para sentir aquella prolongación de su ser en la que se había concentrado toda su sangre, y que yacía en la voluptuosa oscuridad de Elena. No pudo aguantar más así, y empujó para invadirla, para llenar sus entrañas hasta el fondo con su sangre, y mientras ella le recibía, el pequeño conducto por el que él se desplazaba se cerró aún más a su alrededor, engullendo en su interior las esencias de su ser.
La estatua arrojó su sombra sobre su abrazo, que no se disolvía. Yacieron como si se hubiesen vuelto de piedra, sintiendo cómo la última gota de placer se alejaba de ellos.
Anaïs Nin – Delta de Venus

1 Comments:

Blogger webita said...

y todavía preguntan por que a las viejas no nos atraen tanto las pelis porno como el erotismo?

8:17 a.m.  

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